lunes, 12 de agosto de 2013



Réquiem

La ausencia que ahora es llano y paraje dentro de mi corazón, empezó una noche cuando sentí tu ausencia, cuando note que tu pequeño calor se diluía entre mis manos, que sólo conservan del tacto memoria.

En  toda la eternidad jamás buscaste refugio, porque no sentiste miedo de lo que no conocías, lenguajes raros llenos de símbolos que la gente letrada nunca entendimos, de los cuales, de niña, me avergoncé.

Hoy admiro tu pureza y brío, tu inconformidad, la irrepetible forma en que te presentaste en este mundo y diste vida, diste forma y forja,  en el modo más sincero que tu carácter  permitió, secas ramas crujían entonces, incendiando y quemando tus heridas, así cohibías la sangre de tus manos, maldiciendo y dándonos risa por tus raciocinios rebuscados.

Superstición, eternos amores y eternas pláticas con la florista, el nevero mientras esperabas que saliéramos de la escuela  generaciones de hijos encargados, de los cuales te hiciste responsable con más valor que con ciencia.

Yo soy tu hija y  del radio de las 4 de la mañana que ponías en la estación de las noticias  para que yo no me sintiera sola mientras te ibas por la leche, cuando el lucero alumbraba tu enrebosado camino, y solamente el pan en mi leche caliente se volvían testigos de tu trabajo para que yo me fuera a la escuela, impecable, lista para no darte molestias y mortificar a nadie.

No precisaste leer ni escribir para darte cuenta de la maldad y de la bondad, no precisaste dinero para lujos y demostrarnos cariño, ni herramienta más precisa que una cuarta que nos corregía todos los defectos y que ahora reposa, junto a tu sombrero para el sol.

Nos abandonó la única persona que jamás nos había abandonado.

¿Y ahora que se hace con tus muñecas a las cuales les cosías vestidos y peinabas por estar pachonas?

¿Qué se hace con tus pañuelitos remendados hasta el cansancio?

¿Dónde ponemos tus santos y tus veladoras que siempre estaban listos para tus solicitudes cada vez que nos tardábamos de más, en llegar a casa?

La noche más larga, fue la noche que empezó tu ausencia y no acaba aún de clarear.

Ya no existe cobijo bajo tus brazos, ni tu delantal, ni el ruido de todas tus llaves, ni estarás de nuevo con el televisor a todo volumen, muerta de risa con los programas para niños, creyendo que las telenovelas eran historias de verdad, ni imaginándote diálogos en las revistas…¡Qué ciegas fuimos!

Y ahora, esto que te escribo solo es para mi, para mi desahogo, para saber que me acuerdo y que valoro cada regaño, cada golpe, cada vez que me preguntabas por mi ropa, por mi gato, por los vecinos, por platicar conmigo en tu inmensa soledad a la cual te confinaste, te confinamos.

No se está nunca listo para separarse de lo amado, ni llega el verdadero consuelo, sólo una extraña paz de saber que somos el mismo camino y el mismo final de todo.

Me pesa no verte, me extraña no verte, sentirte y oir tus cosas, tus preguntas, tu enojos y quejas.
Y sé que estas donde debes, haciendo lo que siempre deseaste, y que eres luz, el calor que ahora me guía.

Lo sé bien, sólo que a ratos, y sobre todo por las noches, siento frío que me recuerda, sin lugar a dudas, que ya no estás conmigo.